terça-feira, 16 de junho de 2009

LOS CONTRARREVOLUCIONARIOS: BURKE, CHATEAUBRIAND, DE MAISTRE.

En este breve trabajo sobre la contrarrevolución vamos intentar analizar la intervención de tres de los principales figuras de este movimiento, que en su gran mayoría han pasado fuera del espacio geográfico de la revolución, (la Francia). Los tres que nos proponemos tratar son de gran importancia, pero aun así, entre ellos, Burke parece ser aquel que merece mayor relieve. Así pues, vamos empezar el trabajo con Burke.
I. Þ Burke. La obra principal de Burke sobre la revolución francesa es su Reflexión sobre la revolución de Francia. En esta obra, Burke ofrece una gran variedad de temas para una meditación sobre los efectos contraproducentes de la revolución. Elaborará sus reflexiones desde un punto de vista tradicional, de aparente conservadurismo. Y sin embargo, no habría sido extraño que Burke se hubiera colocado también del lado de los revolucionarios. En 1774, Burke tomó abiertamente posición en favor de los insurgentes de América en relación a la problemática de los impuestos de los colonos. Cuando habló en defensa de los colonos Burke decía: «La cuestión, para mí, no es tanto saber si tenéis el derecho de hacer infeliz a vuestro pueblo, cuanto si no será vuestro propio interés el hacerlo feliz[1]».
Para Burke, la revolución de Francia ponía en causa no sólo la “felicidad” de las personas, sino que también estaba subvirtiendo el orden natural de las cosas. Naturalmente la concepción del orden natural de Burke era diferente de la de Grotius, Hobbes, Locke y Rousseau. Para Locke y Rousseau: “es natural todo lo inherente a la naturaleza humana, en todo tiempo y lugar”, (Godechot, 68). Pero para Burke, el orden natural es aquel que está en conformidad con un largo desarrollo de la historia y de la tradición y hábitos. El orden natural de Burke es igual al de Montesquieu, porque además de estar establecido en la historicidad, tiene como fundamento, la vigencia de la paz porque vivimos como criaturas y no como creadores[2]. Para Montesquieu, la noción de dominación en el estado de naturaleza es impensable, por ser demasiado sofisticada para el salvaje. Con ello, recusa la noción del estado de naturaleza de Hobbes.
Y por eso también, Burke se irrita cuando oye la repercusión del sermón del doctor Price y particularmente, cuando este compara la revolución de Francia con la revolución de 1688 (el desembarque de Guillermo de Orange). En la interpretación de Burke, el proceso de cambio es diferente del proceso de destrucción. Desde este punto de vista, Burke va a interpretar la revolución francesa como un proceso histórico de destrucción, y aun como el prototipo de los procesos políticamente destructivos. Según él, los revolucionarios no pretendían tanto cambiar un estado injusto de cosas cuanto hacer simplemente tabla rasa del pasado y con el pasado. Y eso, para él, era insultar a la naturaleza, a la vez que revelaba la presunción de los revolucionarios.
De este modo, el objetivo de La reflexión sobre la revolución de Francia era, según Godechot:
Primero: criticar las instituciones de Francia y los acontecimientos de 1789.
Segundo: atacar las concepciones británicas, o análogas, que intentan acercar la revolución de Francia a la revolución inglesa de 1688.

Con este esquema, Burke ofrece una robusta base analítica a la contrarrevolución. A partir de ahí va elaborar y explicar su idea de la política. La política será definida como un movimiento situacional. La política no es para él sino el arte de la situación. De este modo, Burke crea un fundamento histórico para luchar contra la abstracción de las ideas filosóficas en política, contra la «razón» de los filósofos, (Godechot 1961, 66). Así, contrariamente al doctor Price, Burke piensa que no hay ningún motivo para felicitar a los revolucionarios franceses, porque no reconoce que la revolución sea un hecho de liberación.

Las circunstancias, que para algunas personas son cosa sin importancia, son en realidad lo que da a un principio en política su color distintivo y su verdadero carácter. Son ellas las que hacen que un plan sea civil y político, útil o perjudicial para el género humano[3].

Las circunstancias son por ello para Burke una especie de eje controlador de los movimientos sociales y de los movimientos de los cambios. Las cosas se vuelven políticas o civiles de acuerdo con las circunstancias y el enfoque que de ellas se haga. Desde este punto de vista, Burke no puede alegrarse con la revolución de Francia, porque el principio exige respeto al orden establecido por la naturaleza.
Burke no esconde su disgusto ante la revolución. Invoca la falta de respeto hacia la moral, la buena gobernación, el orden público y la religión. Según él, en la ausencia de estas características no se puede hablar de libertad, ya que la libertad presupone ante todo una coordinación del cuerpo social y el mantenimiento de éste a través del vínculo de la tradición, algo que, justamente por no ser expreso ni estar escrito, tendría más fuerza que cualquier otra idea revolucionaria o política. Por el contrario, la libertad de los revolucionarios consistiría en una mera abstracción:

No creo que la libertad de las otras naciones constituya, ni para mí ni para ellos, un objeto de envidia ; pero lo que no puedo es juzgar de antemano ni distribuir alabanzas o críticas en nada que tenga que ver con las acciones humanas y el público interés sobre la simple visión de un objeto que ha sido sustraído de todas sus relaciones, enteramente desnudo y aislado en virtud de una abstracción metafísica.

Ello no quiere decir que Burke no reconociera el derecho de los franceses a tener su libertad propia. Pero, para él, la designación “derechos humanos” es una especie de mina preparada debajo de la tierra cuya explosión hará saltar a la vez los ejemplos de los antiguos, los usos, las cartas y leyes del parlamento, todo.[4]”. Para Burke, los revolucionarios no estaban reclamando los derechos de las personas, sino el derecho a compartir el poder, la autoridad y la conducción de los asuntos del Estado. Este planteamiento de los revolucionarios choca con la idea del orden natural de Burke, porque crea una ruptura con la continuidad histórica y despersonaliza las instituciones[5]. Burke invoca el respecto por la antigüedad. Para él, el orden del mundo es el orden de la naturaleza.
Burke hace uso del prejuicio para explicar el orden del mundo, defendiendo las prerrogativas del nacimiento. Según él, “éstas promueven la protección de la libertad y contribuyen a ella.” (As grandes Obras 2004, 198). Fiel a su tradición Whig y su admiración por Montesquieu, Burke no podía aceptar la igualdad democrática que los revolucionarios estaban proponiendo. Para él la proposición revolucionaria era una manifestación clara de la inversión de los cargos sociales. Los prejuicios son para él resultados de la historia. “Atenerse a los prejuicios es para el hombre algo instintivo”, pues ¿qué hay más natural que el instinto?” (Godechot, 68). Para juzgar del cambio, y en este caso, de la transformación de un régimen, hay que tener siempre en cuenta la antigüedad de las cosas y su duración, esto es, la visión necesaria para saber que si alguna institución ha existido hasta ahora, debe haber una razón necesaria para ello. Esto no quiere decir que lo viejo es sin más bueno, pero sí que lo viejo debe ser conservado en base a su sabiduría y utilidad. La tradición y la jurisprudencia deben y pueden garantizar los principios que guían un Estado. Burke defiende también que, además del prejuicio, existe la razón colectiva -expresada de manera tradicional- de todo un pueblo (Godechot, 69), siendo ésta en general muy eficiente. Para Burke, la revolución francesa es en cambio una manifestación de la razón individual.
Por otra parte, en Burke el término conservadurismo se define en oposición al inmovilismo, esto es, a la tendencia esteticista con una cierta alergia a la mudanza. Burke no rechaza en principio la necesidad de hacer cualquier tipo de cambio. Pero éstos sólo deben acontecer para acentuar el bien ya existente. Por ello, al tratar el conservadurismo, va intentar vincular conservación y reforma, es decir, va a proponer que sea conservado lo que merece ser conservado y reformado lo que merezca serlo.
Es en este ámbito donde dirá que toda actividad política se hace de acuerdo con las circunstancias. Para él, toda reforma política debe ser hecha lentamente, porque la acción política no se hace sobre una materia inmanente sino sobre seres humanos. Por eso, pretender actuar rápidamente sobre ellos conducirá naturalmente a su miseria, ya que eso implicaría que tendrían que perder de un día para otro sus hábitos, costumbres y maneras de ser.
Naturalmente, los revolucionarios, que aparentemente defendían, entre otras, la idea del liberalismo de Locke, no podían desaprovechar la idea de Locke sobre la Ilustración para replicar a los contrarrevolucionarios que ellos eran ya adultos, no niños. Así la revolución es para ellos la emancipación, el paso a la fase adulta, la propia de la ciudadanía. Un paso que iban a transformar en una especie de religión universal, según Tocqueville, al poner el hombre en el centro de todo el movimiento revolucionario.Burke criticará también este concepto de hombre que los revolucionarios presentan o defienden, ya que no sólo no respetan el hombre, sino que tampoco valoran la experiencia pasada de los hombres del pasado. Dada la posición de Burke, es lógico que estas ideas contribuyeran a que su obra no fuera bien recibida en Francia.
[1] « La question, pour moi, n’est pas de savoir si vous avez le droit de rendre votre peuple malheureux, mais si ce n’est pas votre intérêt de le rendre heureux ». Cit. en: Jacques Godechot, “La contre révolution, 1789-1804”, (Godechot). Presses Universitaires de France, Paris 1961, pp. 7-405 (60).
[2] Montesquieu, O espírito das Leis, (Montesquieu). Tr. Cristina Muracho, presentación de Renato Janine Ribeiro. Edição de Martins Fontes,São Paulo 2000, pp. 12-707 (Libro I, II,14).
[3]“Les circonstances que n’est rien pour quelques personnes, sont pourtant, dans la réalité, ce qui donne à un principe de politique sa couleur distinctive et son véritable caractère. Ce sont elles qui rendent un plan civil et politique, utile ou nuisible au genre humain”. Edmund Burke, Reflexión sur la Révolución de France, (Reflexión). Tr. franc, Paris 1790. p. 43.
[4] “Estes direitos do homem são uma «mina… preparada debaixo da terra», cuja explosão deve fazer saltar «tudo ao mesmo tempo a exemplo da antiguidade, os usos, as cartas, as leis do parlamento, tudo».
Jean-Jacques Chevallier e Yves Guchet, “As grandes obras Políticas. De Maquiavel à Actualidade”, (As grandes Obras). Tr. Luís Cadete. Publicações Europa-América, LDA, Lisboa, 2004, pp. 17-434 (194).
[5] “Les Anglais, auxquels le souvenir de leur propre histoire et la longue pratique de la liberté politique donnent plus de lumière et d'expérience, aperçoivent bien comme à travers un voile épais l'image d'une grande révolution qui s'avance ; mais ils ne peuvent distinguer sa forme, et l'action qu'elle va exercer bientôt sur les destinées du monde et sur la leur propre leur est cachée. Arthur Young, qui parcourt la France au moment où la Révolution va éclater, et qui considère cette révolution comme imminente, en ignore si bien la portée qu'il se demande si le résultat n'en sera point d'accroître les privilèges. «Quant à la noblesse, dit-il, si cette révolution leur donnait encore plus de prépondérance, je pense qu'elle ferait plus de mal que de bien. » Burke, dont l'esprit fut illuminé par la haine que la Révolution dès sa naissance lui inspira, Burke lui-même reste quelques moments incertain à sa vue. Ce qu'il en augure d'abord, c'est que la France en sera énervée et comme anéantie. « Il est à croire, dit-il, que pour long. temps les facultés guerrières de la France sont éteintes; il se pourrait même qu'elles le fussent pour toujours, et que les hommes de la génération qui va suivre puissent dire comme cet ancien : Gallos quoque in bellis floruisse audivimus : Nous avons entendu dire que les Gaulois eux-mêmes avaient jadis brillé par les armes. » Alexis de Tocqueville, “L’ancien régime et la révolution 1856”, (Tocqueville). Édition électronique par Jean-Marie Tremblay. Les Éditions Gallimard, Paris 1952, collection : idées nrf, 378 pp. (34).
En este breve trabajo sobre la contrarrevolución vamos intentar analizar la intervención de tres de los principales figuras de este movimiento, que en su gran mayoría han pasado fuera del espacio geográfico de la revolución, (la Francia). Los tres que nos proponemos tratar son de gran importancia, pero aun así, entre ellos, Burke parece ser aquel que merece mayor relieve. Así pues, vamos empezar el trabajo con Burke.
I. Þ Burke. La obra principal de Burke sobre la revolución francesa es su Reflexión sobre la revolución de Francia. En esta obra, Burke ofrece una gran variedad de temas para una meditación sobre los efectos contraproducentes de la revolución. Elaborará sus reflexiones desde un punto de vista tradicional, de aparente conservadurismo. Y sin embargo, no habría sido extraño que Burke se hubiera colocado también del lado de los revolucionarios. En 1774, Burke tomó abiertamente posición en favor de los insurgentes de América en relación a la problemática de los impuestos de los colonos. Cuando habló en defensa de los colonos Burke decía: «La cuestión, para mí, no es tanto saber si tenéis el derecho de hacer infeliz a vuestro pueblo, cuanto si no será vuestro propio interés el hacerlo feliz[1]».
Para Burke, la revolución de Francia ponía en causa no sólo la “felicidad” de las personas, sino que también estaba subvirtiendo el orden natural de las cosas. Naturalmente la concepción del orden natural de Burke era diferente de la de Grotius, Hobbes, Locke y Rousseau. Para Locke y Rousseau: “es natural todo lo inherente a la naturaleza humana, en todo tiempo y lugar”, (Godechot, 68). Pero para Burke, el orden natural es aquel que está en conformidad con un largo desarrollo de la historia y de la tradición y hábitos. El orden natural de Burke es igual al de Montesquieu, porque además de estar establecido en la historicidad, tiene como fundamento, la vigencia de la paz porque vivimos como criaturas y no como creadores[2]. Para Montesquieu, la noción de dominación en el estado de naturaleza es impensable, por ser demasiado sofisticada para el salvaje. Con ello, recusa la noción del estado de naturaleza de Hobbes.
Y por eso también, Burke se irrita cuando oye la repercusión del sermón del doctor Price y particularmente, cuando este compara la revolución de Francia con la revolución de 1688 (el desembarque de Guillermo de Orange). En la interpretación de Burke, el proceso de cambio es diferente del proceso de destrucción. Desde este punto de vista, Burke va a interpretar la revolución francesa como un proceso histórico de destrucción, y aun como el prototipo de los procesos políticamente destructivos. Según él, los revolucionarios no pretendían tanto cambiar un estado injusto de cosas cuanto hacer simplemente tabla rasa del pasado y con el pasado. Y eso, para él, era insultar a la naturaleza, a la vez que revelaba la presunción de los revolucionarios.
De este modo, el objetivo de La reflexión sobre la revolución de Francia era, según Godechot:
Primero: criticar las instituciones de Francia y los acontecimientos de 1789.
Segundo: atacar las concepciones británicas, o análogas, que intentan acercar la revolución de Francia a la revolución inglesa de 1688.

Con este esquema, Burke ofrece una robusta base analítica a la contrarrevolución. A partir de ahí va elaborar y explicar su idea de la política. La política será definida como un movimiento situacional. La política no es para él sino el arte de la situación. De este modo, Burke crea un fundamento histórico para luchar contra la abstracción de las ideas filosóficas en política, contra la «razón» de los filósofos, (Godechot 1961, 66). Así, contrariamente al doctor Price, Burke piensa que no hay ningún motivo para felicitar a los revolucionarios franceses, porque no reconoce que la revolución sea un hecho de liberación.

Las circunstancias, que para algunas personas son cosa sin importancia, son en realidad lo que da a un principio en política su color distintivo y su verdadero carácter. Son ellas las que hacen que un plan sea civil y político, útil o perjudicial para el género humano[3].

Las circunstancias son por ello para Burke una especie de eje controlador de los movimientos sociales y de los movimientos de los cambios. Las cosas se vuelven políticas o civiles de acuerdo con las circunstancias y el enfoque que de ellas se haga. Desde este punto de vista, Burke no puede alegrarse con la revolución de Francia, porque el principio exige respeto al orden establecido por la naturaleza.
Burke no esconde su disgusto ante la revolución. Invoca la falta de respeto hacia la moral, la buena gobernación, el orden público y la religión. Según él, en la ausencia de estas características no se puede hablar de libertad, ya que la libertad presupone ante todo una coordinación del cuerpo social y el mantenimiento de éste a través del vínculo de la tradición, algo que, justamente por no ser expreso ni estar escrito, tendría más fuerza que cualquier otra idea revolucionaria o política. Por el contrario, la libertad de los revolucionarios consistiría en una mera abstracción:

No creo que la libertad de las otras naciones constituya, ni para mí ni para ellos, un objeto de envidia ; pero lo que no puedo es juzgar de antemano ni distribuir alabanzas o críticas en nada que tenga que ver con las acciones humanas y el público interés sobre la simple visión de un objeto que ha sido sustraído de todas sus relaciones, enteramente desnudo y aislado en virtud de una abstracción metafísica.

Ello no quiere decir que Burke no reconociera el derecho de los franceses a tener su libertad propia. Pero, para él, la designación “derechos humanos” es una especie de mina preparada debajo de la tierra cuya explosión hará saltar a la vez los ejemplos de los antiguos, los usos, las cartas y leyes del parlamento, todo.[4]”. Para Burke, los revolucionarios no estaban reclamando los derechos de las personas, sino el derecho a compartir el poder, la autoridad y la conducción de los asuntos del Estado. Este planteamiento de los revolucionarios choca con la idea del orden natural de Burke, porque crea una ruptura con la continuidad histórica y despersonaliza las instituciones[5]. Burke invoca el respecto por la antigüedad. Para él, el orden del mundo es el orden de la naturaleza.
Burke hace uso del prejuicio para explicar el orden del mundo, defendiendo las prerrogativas del nacimiento. Según él, “éstas promueven la protección de la libertad y contribuyen a ella.” (As grandes Obras 2004, 198). Fiel a su tradición Whig y su admiración por Montesquieu, Burke no podía aceptar la igualdad democrática que los revolucionarios estaban proponiendo. Para él la proposición revolucionaria era una manifestación clara de la inversión de los cargos sociales. Los prejuicios son para él resultados de la historia. “Atenerse a los prejuicios es para el hombre algo instintivo”, pues ¿qué hay más natural que el instinto?” (Godechot, 68). Para juzgar del cambio, y en este caso, de la transformación de un régimen, hay que tener siempre en cuenta la antigüedad de las cosas y su duración, esto es, la visión necesaria para saber que si alguna institución ha existido hasta ahora, debe haber una razón necesaria para ello. Esto no quiere decir que lo viejo es sin más bueno, pero sí que lo viejo debe ser conservado en base a su sabiduría y utilidad. La tradición y la jurisprudencia deben y pueden garantizar los principios que guían un Estado. Burke defiende también que, además del prejuicio, existe la razón colectiva -expresada de manera tradicional- de todo un pueblo (Godechot, 69), siendo ésta en general muy eficiente. Para Burke, la revolución francesa es en cambio una manifestación de la razón individual.
Por otra parte, en Burke el término conservadurismo se define en oposición al inmovilismo, esto es, a la tendencia esteticista con una cierta alergia a la mudanza. Burke no rechaza en principio la necesidad de hacer cualquier tipo de cambio. Pero éstos sólo deben acontecer para acentuar el bien ya existente. Por ello, al tratar el conservadurismo, va intentar vincular conservación y reforma, es decir, va a proponer que sea conservado lo que merece ser conservado y reformado lo que merezca serlo.
Es en este ámbito donde dirá que toda actividad política se hace de acuerdo con las circunstancias. Para él, toda reforma política debe ser hecha lentamente, porque la acción política no se hace sobre una materia inmanente sino sobre seres humanos. Por eso, pretender actuar rápidamente sobre ellos conducirá naturalmente a su miseria, ya que eso implicaría que tendrían que perder de un día para otro sus hábitos, costumbres y maneras de ser.
Naturalmente, los revolucionarios, que aparentemente defendían, entre otras, la idea del liberalismo de Locke, no podían desaprovechar la idea de Locke sobre la Ilustración para replicar a los contrarrevolucionarios que ellos eran ya adultos, no niños. Así la revolución es para ellos la emancipación, el paso a la fase adulta, la propia de la ciudadanía. Un paso que iban a transformar en una especie de religión universal, según Tocqueville, al poner el hombre en el centro de todo el movimiento revolucionario. Burke criticará también este concepto de hombre que los revolucionarios presentan o defienden, ya que no sólo no respetan el hombre, sino que tampoco valoran la experiencia pasada de los hombres del pasado. Dada la posición de Burke, es lógico que estas ideas contribuyeran a que su obra no fuera bien recibida en Francia.

[1] « La question, pour moi, n’est pas de savoir si vous avez le droit de rendre votre peuple malheureux, mais si ce n’est pas votre intérêt de le rendre heureux ». Cit. en: Jacques Godechot, “La contre révolution, 1789-1804”, (Godechot). Presses Universitaires de France, Paris 1961, pp. 7-405 (60).
[2] Montesquieu, O espírito das Leis, (Montesquieu). Tr. Cristina Muracho, presentación de Renato Janine Ribeiro. Edição de Martins Fontes,São Paulo 2000, pp. 12-707 (Libro I, II,14).
[3]“Les circonstances que n’est rien pour quelques personnes, sont pourtant, dans la réalité, ce qui donne à un principe de politique sa couleur distinctive et son véritable caractère. Ce sont elles qui rendent un plan civil et politique, utile ou nuisible au genre humain”. Edmund Burke, Reflexión sur la Révolución de France, (Reflexión). Tr. franc, Paris 1790. p. 43.
[4] “Estes direitos do homem são uma «mina… preparada debaixo da terra», cuja explosão deve fazer saltar «tudo ao mesmo tempo a exemplo da antiguidade, os usos, as cartas, as leis do parlamento, tudo».
Jean-Jacques Chevallier e Yves Guchet, “As grandes obras Políticas. De Maquiavel à Actualidade”, (As grandes Obras). Tr. Luís Cadete. Publicações Europa-América, LDA, Lisboa, 2004, pp. 17-434 (194).
[5] “Les Anglais, auxquels le souvenir de leur propre histoire et la longue pratique de la liberté politique donnent plus de lumière et d'expérience, aperçoivent bien comme à travers un voile épais l'image d'une grande révolution qui s'avance ; mais ils ne peuvent distinguer sa forme, et l'action qu'elle va exercer bientôt sur les destinées du monde et sur la leur propre leur est cachée. Arthur Young, qui parcourt la France au moment où la Révolution va éclater, et qui considère cette révolution comme imminente, en ignore si bien la portée qu'il se demande si le résultat n'en sera point d'accroître les privilèges. «Quant à la noblesse, dit-il, si cette révolution leur donnait encore plus de prépondérance, je pense qu'elle ferait plus de mal que de bien. » Burke, dont l'esprit fut illuminé par la haine que la Révolution dès sa naissance lui inspira, Burke lui-même reste quelques moments incertain à sa vue. Ce qu'il en augure d'abord, c'est que la France en sera énervée et comme anéantie. « Il est à croire, dit-il, que pour long. temps les facultés guerrières de la France sont éteintes; il se pourrait même qu'elles le fussent pour toujours, et que les hommes de la génération qui va suivre puissent dire comme cet ancien : Gallos quoque in bellis floruisse audivimus : Nous avons entendu dire que les Gaulois eux-mêmes avaient jadis brillé par les armes. » Alexis de Tocqueville, “L’ancien régime et la révolution 1856”, (Tocqueville). Édition électronique par Jean-Marie Tremblay. Les Éditions Gallimard, Paris 1952, collection : idées nrf, 378 pp. (34).

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