Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mi (Ex 20, 1-2)
Idolatrías materiales: cuando los propios instintos se apodera de la persona y la dominan, de manera especial el afán de poder, de tener y de placer.
Suele manifestarse en el culto al propio cuerpo, en el afán por las riquezas o en los deseos de poder. Según san Pablo “esos tales no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a su propio vientre” (Rom 16, 18). “Enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan más que en las cosas de la tierra” (Flp 3, 18-19).
Idolatrías espirituales: cuando se sobreponen, por encima de todo, el propio pensamiento, la ideología política, las tomas de posturas inamovibles, las ideas fijas.
Se manifiesta en seguridad refractaria, sin apertura a la posible verdad del otro, sin relativización del propio subjetivismo. San Pablo nos advierte: “Os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su cabeza” (Ef 4, 17-18).
Idolatrías religiosas: cuando los propios símbolos de culto pueden desplazar a quien representan, haciendo de la propia imagen y de la misma práctica religiosa la referencia última.
Se manifiesta en atavismo esclavizante, autojustificación por la práctica religiosa, en orgullo espiritual. Hay veces que puede llegar a reacciones violentas, a movimientos excluyentes, sectarios, endogámicos. San Pablo argumenta: Existen discordias entre vosotros. Me refiero a que cada uno de vosotros dice: «Yo soy de Pablo», «Yo de Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo». ¿Esta dividido Cristo? (1 Cor 1, 11-13). “Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo?” (1 Cor 1, 19-20).
Jesús combate la idolatría instintiva, y llega a decir: “No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mt 6, 25) “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna” (Mt 10,28).
Jesús atraviesa todas las fronteras, pasa a la otra orilla, cura a paganos, toca a leprosos, llama a publicanos. Se rompe el velo del templo.
Jesús combate la idolatría religiosa: “¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa? Pues yo os digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Misericordia quiero, que no sacrificio, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado»” (Mt 12, 5-8).
Destruid este templo, y yo en tres días lo levantaré. Él hablaba del templo de su cuerpo (Jn 2, 19).
Idolatrías materiales: cuando los propios instintos se apodera de la persona y la dominan, de manera especial el afán de poder, de tener y de placer.
Suele manifestarse en el culto al propio cuerpo, en el afán por las riquezas o en los deseos de poder. Según san Pablo “esos tales no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a su propio vientre” (Rom 16, 18). “Enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan más que en las cosas de la tierra” (Flp 3, 18-19).
Idolatrías espirituales: cuando se sobreponen, por encima de todo, el propio pensamiento, la ideología política, las tomas de posturas inamovibles, las ideas fijas.
Se manifiesta en seguridad refractaria, sin apertura a la posible verdad del otro, sin relativización del propio subjetivismo. San Pablo nos advierte: “Os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su cabeza” (Ef 4, 17-18).
Idolatrías religiosas: cuando los propios símbolos de culto pueden desplazar a quien representan, haciendo de la propia imagen y de la misma práctica religiosa la referencia última.
Se manifiesta en atavismo esclavizante, autojustificación por la práctica religiosa, en orgullo espiritual. Hay veces que puede llegar a reacciones violentas, a movimientos excluyentes, sectarios, endogámicos. San Pablo argumenta: Existen discordias entre vosotros. Me refiero a que cada uno de vosotros dice: «Yo soy de Pablo», «Yo de Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo». ¿Esta dividido Cristo? (1 Cor 1, 11-13). “Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo?” (1 Cor 1, 19-20).
Jesús combate la idolatría instintiva, y llega a decir: “No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mt 6, 25) “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna” (Mt 10,28).
Jesús atraviesa todas las fronteras, pasa a la otra orilla, cura a paganos, toca a leprosos, llama a publicanos. Se rompe el velo del templo.
Jesús combate la idolatría religiosa: “¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa? Pues yo os digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Misericordia quiero, que no sacrificio, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado»” (Mt 12, 5-8).
Destruid este templo, y yo en tres días lo levantaré. Él hablaba del templo de su cuerpo (Jn 2, 19).
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